Sobre Vlad el Empalador (Dracula), el hijo de Vlad Dracul, se sabe aun hoy en día cómo hacia justicia de tal forma que su pueblo oprimido iba a él como van los hijos ante sus padres para esperar su juicio. Y no había situación en la cual el príncipe no hiciera justicia y no castigara a los malhechores. Todos los que se sentían culpables le tenían miedo y muchos, para no llegar ante él, se mataban solos.
Varias veces se le presentaban casos complicados. Mirad como las resolvía Vlad:
En uno de los días cálidos de julio del año 1460, se mostraron ante el príncipe dos personas completamente diferentes: un caballero gordo, de rostro rubicundo y ropa brillante y un campesino delgado al que se les veían los huesos, vestido con harapos. El campesino buscaba apoyo de parte del príncipe, que era su única esperanza. Vino a decir que él tuvo su parte pequeña de tierra, pero el caballero se la llevó, dejándole pobre del todo. Pero el caballero, al contrario, decía que el campesino mentía y que dicha tierra era herencia de sus padres. Después de terminar lo que tenían por decir, los dos se quedaron a esperar. En la sala, como siempre, reinó el silencio, mientras el príncipe estaba pensando. No tuvieron que esperar mucho.
- ¿Me podrías enseñar los registros de propiedad del terreno sobre el cual hablamos?
- No puedo, su Majestad, dijo astuto el caballero. Ya que mi primera mansión ardió y de esta manera desaparecieron también las pruebas.
- ¿ Y tú, campesino, tienes algún registro?
- No tengo, se lo llevó el caballero cuando me robó la tierra.
- Entonces, dijo el Empalador, tenemos que ir allá para ver como están las cosas.
-Vámonos, dijo el caballero.
Llegaron pronto. El príncipe preguntó al campesino:
- ¿Cuál dices que fue tu tierra?
- Esta, su Majestad, dijo el campesino. Y le enseñó una parcela de tierra que estaba al lado del bosque.
- Caballero, preguntó de nuevo el príncipe. ¿Sigues afirmando que esta es tu tierra?
- Puedo jurar, mi Señor, que es mía de parte de mis antepasados y que el campesino está mintiendo. El Empalador se giró hacia el capitán con el cual se quedó a hablar en susurros:
- ¿Dime, este es el lugar sobre el cual me hablaste?
-Este es, su Majestad.
- Muy bien, dijo el príncipe. Caballero, tal como se ve, tienes razón. La tierra es tuya y no del campesino. Puedes llamarte dueño de ella.
- ¡Muchas gracias por la justicia que me ha hecho! empezó a llorar el caballero.
- Solamente que no acabe aún, le interrumpió el príncipe. Por esta tierra que tienes, deberás morir, caballero.
-¿Morir?¿Pero por qué, su Majestad?
- Porque esconde un tesoro. Encontramos aquí dinero robado de la tesorería del país, incluso desde el reinado de mi padre, Drácula. Este viejo capitán reconoció el lugar donde lo enterró el ladrón. Este lugar es tuyo. Así que, como eres el propietario, también eres el ladrón.
Al oír estas palabras, el caballero cayó de rodillas y empezó a rezar:
- Perdóname, Su Majestad, pero no soy el culpable. Este lugar no es mío, sino del campesino. ¡Él debe morir, porque sin duda él es el ladrón!
- De eso nada. El que morirá serás tú. Y no porque robaste un tesoro y lo escondiste aquí. Eso fue un truco mío, sino porque robaste la tierra del campesino, tal como tú solo reconociste, por miedo.Y Vlad el Empalador ordenó que el caballero sea empalado y que el pobre campesino recupere la parcela de tierra que le ha sido robada.
Más tarde, vinieron ante el príncipe un ciudadano y un campesino. Según estaba vestido, el ciudadano parecía ser muy rico.
Le iba muy bien con el negocio y su cara era regordeta y alegre. Junto a él, pero más lejos, se veía un pobre campesino, vestido muy mal. El que tenía una queja era el ciudadano. Decía que le prestó al campesino una moneda y este no le devolvió la deuda. Hablando, el ciudadano le miraba al campesino con orgullo, mientras que el pobre estaba temblando de miedo.
Vlad el Empalador, así como solía hacer, escuchó al ciudadano pacientemente. Luego lo miró directo, como si hubiera querido entrar en sus pensamientos. Cambió luego su mirada hacia el campesino, investigándole un tiempo y luego preguntó:
- ¿ Es cierto que este ciudadano te dio un préstamo de una moneda?
- Es cierto, contestó el campesino.-... ¿y que hasta ahora no se la devolviste?
- Eso no es así, su Majestad.
- Entonces cuéntame como pasó.
- Soy muy pobre, mi Señor. Tengo mujer y siete niños. Ocho bocas para alimentar, ya que la mía ni la llevo en consideración. Se nos acabó la comida y le pedí al caballero una moneda para poder salvarnos. Pero al darme la moneda no me dijo nada más que se la devolviera en cuanto pudiese. Yo me esforcé cuanto pude y se la devolví. Pero él me dijo: "¿Qué crees, campesino, que escapaste solamente con esto? Hasta la semilla si la siembras en la tierra, da más frutos. Igual debe pasar con mi moneda. Requiero diez veces más. Igual como me diste una, das otras nueve, y ya está!" Pero yo, mi Señor, no puedo. Fue muy difícil devolverle la moneda que tenía como deuda y sería imposible ofrecerle lo que me pide.
Después de dejar al campesino para que acabara con lo que tenía que decir, el Empalador se giró hacia el ciudadano:
- Oye lo que dice el campesino, que te pagó la deuda, ¿ es cierto o no?
- No, no es verdad, su Majestad. Es cierto que me devolvió la moneda, pero me tiene que dar nueve más. Si no, ¿yo que gano de todo esto?
- ¿Y crees que esto es justo y que podrá pagarte? Es fácil decirlo, complicado de hacerlo...
-Es mi derecho. Complicado, fácil, es lo que hay. Como pagó una, me paga otras nueve, siguió el ciudadano.
- Si es así, entonces vamos a hacer una prueba...
Y diciendo eso, salieron en el patio. Allá habían un montón de piedras grandes. El príncipe le ordenó al ciudadano:
-¡Levanta una piedra, mira, esa de allá!
El ciudadano, ya que era bastante fuerte, levantó la piedra y la sostuvo en sus brazos un poco. Luego la soltó.
-¡Es muy difícil, su Majestad!
- ¡Igual le fue al campesino cuando te devolvió la moneda, muy difícil!¡ Pero lo consiguió! ... Ahora vamos a continuar.
- ¿A continuar qué, Majestad?
- Lo difícil que es para que el campesino te devuelva nueve monedas más. ¡Levanta de nuevo la piedra!
El caballero obedeció.
- ¡Levanta otra más!
El caballero logró levantar otra pero en unos instantes escapó ambas piedras de la mano.
- Así no, ciudadano. ¡Quiero que levantes nueve piedras a la vez!
-¡Pero esto no puede ser, su Majestad!¡Son tan pesadas que nunca podré levantarlas!
- Pues ves, igual de difícil es para el campesino que te dé nueve monedas, como es para ti levantar nueve piedras. ¡Si no conseguiste tú, no es justo pedirle tampoco a él!
El caballero no dijo nada más. En cambio, Vlad ordenó: "¡el ciudadano que sea azotado por su avaricia y el campesino vaya tranquilo a casa, porque ya pagó honradamente la deuda que tenía!"
Hasta muy tarde, ese día el príncipe se quedó a hacer otras justicias. Cuando por fin, su rostro fue iluminado por una sonrisa interior, debida a la alegría de su justicia se dijo a sí mismo: "Puedo ir a dormir tranquilamente."