Las leyendas sobre la misión de difundir el cristianismo de San Andrés cuentan que el apóstol fue enviado a “las tierras de los lobos”, donde fue acompañado y guiado en los territorios dacios por el Gran Lobo Blanco. Obviamente no hay inscripciones o documentos que reconstruyan el camino del apóstol Andrés en el norte del Danubio, pero las tradiciones populares relacionadas con su viaje son muy amplias.
La mayoría establecen una conexión entre San Andrés y los lobos. Él tenía el don de la curación de heridas y a través de las oraciones “ataba la boca de los lobos” protegiendo de esta manera a la gente y a su ganado.
En la mitología rumana la gran riqueza de las creaciones del folklore relacionadas con el lobo se explica por el hecho de que este animal era un animal totémico de los dacios. Mircea Eliade, citando al gran historiador griego Estrabón, decía que la veneración de los lobos se refleja en la misma personalidad de los dacios que se consideraban lupinos. “Por lo tanto, los dacios se denominaban a sí mismos antiguamente lobos o los que son como los lobos” (Mircea Eliade, Desde Zamolxis hasta Gengis Khan)
El lobo siempre fue considerado símbolo de los dacios y varias leyendas cuentan que el Gran Lobo Blanco, considerado el jefe de la manada, estuvo al lado de los dacios cuando cayó Sarmizegetusa.
La leyenda cuenta que, en tiempos pretéritos, un sacerdote de Zamolxis recorría incansablemente las tierras de Dacia para ayudar a los necesitados, informando a los geto-dacios que el Gran Dios velaba por ellos. Sin ser viejo, ya tenía el pelo y la barba blanca como la nieve y la fe, el coraje y su fuerza eran conocidas no solamente por las personas y por el mismo Zamolxis, sino también por las bestias. El Dios, al darse cuenta del valor de su servidor, lo detuvo en las montañas para tenerle más cerca.
Alejado de la gente, el sacerdote continuó sirviendo con la misma determinación que antes. Pronto las bestias llegaron a escucharle y considerarle su líder. Los lobos eran los que más le apreciaban, pues eran los únicos sin conductor; el hambre era el único factor por el que se quedaban juntos.
Después de un rato, Zamolxis habló con su sacerdote y decidió que había llegado la hora de que le sirviese de otra manera, por lo que le convirtió en un animal. Pero no en cualquier animal, sino en la bestia más temida y respetada de Dacia: en un lobo blanco, grande y fuerte, otorgándole el sino de reunir a todos los lobos del bosque para defender el reino.
De este modo, cada vez que los dacios estaban en peligro, los lobos venían a ayudarles siendo suficiente por el aullido del Gran Lobo y, dondequiera que estuvieran, los lobos defendían a los dacios, sus hermanos. El Gran Lobo también era juez, castigando a los cobardes y traidores.
Un día, el Dios llamó a su servidor, esta vez para darle la oportunidad de elegir por última vez si quería permanecer como lobo o retornar a su forma humana. Con todo el dolor que guardaba en su alma, sabiendo qué tiempos iban a llegar, decidió quedarse al lado de su Dios, con la esperanza de servir mejor a la región y a su gente.
A pesar de la vigilancia de los dacios, de los lobos y del Gran Lobo Blanco, los romanos lograron penetrar y, cerca de la gran invasión, sembraron en las almas de los cobardes la desconfianza en el Gran Dios. Por lo tanto, algunos dacios empezaron a temer que el Dios no estaba de su lado en la gran batalla y los traidores, llenos de miedo, empezaron a matar a todos los lobos que salían en su camino con la esperanza de que uno de ellos fuera el Gran Lobo Blanco cuya cabeza podrían ofrecer a los romanos a cambio de sus vidas.
Los lobos que lograron escapar retornaron a las montañas y no volvieron nunca más para ayudar a aquellos que los habían traicionado. El Lobo Blanco y Zamolxis se retiraron a la Montaña Sagrada desde donde miraron con dolor en sus corazones como los geto-dacios fueron derrotados por los romanos debido a la traición.
Supuestamente, las viejas creencias y rituales de la población pre-cristiana se fusionaron en la nueva religión. Por ejemplo, la prohibición de trabajar en el día de San Andrés, el día prohibido por los lobos. La noche anterior a la fiesta de San Andrés (29-30 de noviembre) está señalado como día de Sabbat de los strigoi y lobos. Esa noche, especialmente en las aldeas, se practican aún rituales extraños para encontrar fácilmente protección contra todos los males, conjuros de bienestar e incluso hechizos de amor.
Ciertas costumbres relacionadas con el día de San Andrés como podar ramas de los árboles y la siembra de trigo en macetas, para conservarse para el Año Nuevo, recuerdan los viejos ritos agrarios.
San Andrés es considerado líder del ganado y las bestias, protector de los rebaños, patrón y domador, el que “ata la boca de los lobos”. Estas cualidades míticas no se podrían asignar si la identidad simbólica entre los dacios y los lobos se hubiera borrado totalmente de la memoria colectiva.
El lobo no participa en la vida de los humanos solamente con el nombre, sino también en diversas etapas de la vida de los mismos. Cuando nacen, los niños débiles reciben nombres de lobo para ser más fuertes como el mismo animal. En la meseta Luncai (distrito Hunedoara), tal como reveló la investigadora en etnografía y etnología Lucía Apolzan, algunos niños eran amamantados a través del pezón de una loba para recibir mágicamente poderes de ella.
El lobo también está presente en los ritos de iniciación de los valientes. El animal se ofrece siempre a ayudar al héroe que tiene dificultades, pero con una condición: el protagonista nunca puede casarse.
El último momento de la vida humana en el que participa el lobo es el tránsito del alma desde este mundo al otro. El lobo es en este caso un guía.
Asociando el lobo con el dios de la luz, Zamolxis, los dacios jóvenes, durante su preparación e iniciación como guerreros, consideraban que deberían adquirir la inteligencia, coraje, habilidad y afán de luchar del lobo, vistiéndose ritualmente con pieles de este animal. No por casualidad la bandera de los dacios reunía simbólicamente una cabeza de lobo y un cuerpo de serpiente que representaba la idea cíclica de la existencia universal, la vida y la muerte, el principio y el fin, la luz y la oscuridad, el finito y el infinito.
El calendario popular ancestral, que para la mayoría de nosotros sigue siendo misterioso o desconocido, fue durante milenios paralelo con las fiestas cristianas, lo que demuestra no solo la cantidad de las tradiciones milenarias, sino también la existencia del pueblo (geto-dacio) en la antigüedad en esta región.
En noviembre hay varios días que veneran al lobo y que llevan el nombre genérico de Filipii de Otoño. Esta temporada empieza con el día del lobo (13 de noviembre), sigue con Gadinetii (12-16 de noviembre), Felipe el Cojo (21 de noviembre) y finaliza con San Andrés (30 de noviembre).
Gadinet es el nombre de la divinidad del lobo, y los Filipii son personificaciones divinas del mismo. Las creencias populares dicen que en este periodo las lobas bajan a los pueblos y deambulan por los patios, buscando brasas en la basura que las hace ser más fértiles.
El día 21 de noviembre se celebra la entrada en la iglesia de la Virgen María, llamada también Madre de la Luz. Especialmente a las mujeres se les aconseja amar las virtudes cristianas, para ser humildes, mansas y bondadosas.
Esta celebración de la luz corresponde en el calendario popular con la celebración de una divinidad de los lobos, Felipe el Cojo o Felipe el Grande que había sido castigado por Dios por haberse desviado de la fe verdadera.
Se dice que en este día mágico aquellos con alma pura pueden entender el lenguaje de los animales y ser testigos de los milagros. De madrugada, según la leyenda, florece la milagrosa flor de las bestias, que ablanda el hierro y abre cualquier cerradura.
Las fiestas finalizan con el Día de San Andrés. Las costumbres de la noche del 29-30 de noviembre son una mezcla entre la fiesta cristiana y los antiguos rituales de los dacios, el pueblo asignándole a San Andrés características de divinidad precristiana, convirtiéndose en la personificación divina del lobo solar.
Entre los ermitaños de los Cárpatos circula una leyenda según la cual el último sacerdote de Zamolxis había conocido a Jesús y al apóstol Andrés. Ellos hablan sobre un “misterio” de la conversión de los dacios al cristianismo mantenido durante el tiempo y pasando de un monje a otro como expresión de la continuidad de la fe en estas tierras.
En la noche de San Andrés, que es la primera noche del nuevo año de los dacios, se abren los cielos, ya que se encuentran lo visible con lo invisible, la luz con las tinieblas, se renueva el tiempo, muere el caos y nace armonía entre el hombre y el universo. Ahora la fuerza del lobo es más intensa que nunca. Se dice que en esta noche, los espíritus malignos llamados strigoi, moroi o pricolici (hombre lobo) tienen más poder que el resto del año y acechan a las personas para hacerles daño.
Por lo tanto se toman medidas para prevenir estos males. Se hornean muchas placinte con calabaza y tortillas con harina de maíz, se cepillan las puertas y ventanas con ajo y se ocultan las guadañas. La gente evita salir a las calles, quedándose en casa donde están protegidos por los ajos y la luz de las velas. Los jóvenes organizan una fiesta en la que “vigilan” el ajo.
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placinta con calabaza |
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ajos en las puertas |
También en la noche de San Andrés, debido a la delgada línea existente entre los mundos se deshacen secretos, se revelan autores de crímenes o robos. Se hacen predicciones para el próximo año: si la noche es clara y cálida habrá un invierno suave y si hace frio el invierno será duro.
Por supuesto que hoy en día muy pocas personas siguen estas costumbres, pero eso no significa que debieran perderse porque representan la gran riqueza de costumbres ancestrales.
fuente del texto original (parcial): http://www.vatra-daciei.ro/din-legendele-dacilor-povestea-marelui-lup-alb/